LOS 3 OJOS DEL CONOCIMIENTO, KEN WILBER


LOS 3 OJOS DEL CONOCIMIENTO, KEN WILBER


Creo que uno de los motivos por los que el arte moderno (y postmoderno) no ha logrado satisfacer su aspiración espiritual, es por no haber utilizado las herramientas y técnicas de contemplación que proporcionan las disciplinas auténticamente meditativas. Si como piensan Kandinsky, Mondrian, Brancusi y otros, el arte verdadero es la manifestación del Espíritu, si el ojo de la contemplación es el más apropiado para contemplar el Espíritu y si la meditación es una de las formaas más seguras de abrir el ojo de la contemplación, el arte más puro y verdadero será el arte contemplativo, un arte nacido del fuego de la epifanía espiritual, avivado por las brasas de la meditación….
… Esto es precisamente lo que está detrás de muchas de las grandes obras del arte oriental, desde los thangkas tibetanos a los paisajes del zen y la iconografía hindú. Lo más sublime de estas obras de arte proviene de la meditación. El artista/maestro entra en samadhi y desde la unión sujeto/objeto el sujeto pinta al objeto aunque los tres constituyen ahora un solo acto indivisible. Quien no puede convertirse en objeto no puede pintar un objeto. [...] En suma, pues, el arte que se origina en la conciencia no dual tiene acceso directo al Espíritu no dual. En tal caso, la calidad de la obra de arte depende, en primer lugar, de la profundidad de la conciencia no dual alcanzada por el artista, y en segundo lugar, de su peculiar talento.
Así pues, el secreto de la obra de arte auténticamente espriritual no depende del tema de su pintura sino de su origen no dual. Para que una obra de arte sea espiritual el pintor no tiene porque limitarse a pintar crucifixiones y Budas. Es por ello por lo que los paisajes zen, aun no siendo más que paisajes, son sagrados, porque brotan del Espíritu, de la conciencia no dual, de la conciencia de unidad. En la cúspide de la trascendencia el Espíritu es inmanente, lo impregna todo y está igualmente presente por completo en todos y cada uno de los objetos (materia, cuerpo y alma). Ver el mundo en un grano de arena y el Cielo en una flor silverstre. En primer lugar el artista debe descubrir el Espíritu, luego ver el Espíritu en la flor silvestre, y después, al pintarla, su peculiar talento expresará al Cielo que se derrama a su través. De este modo, sea cual fuere el objetivo representado, la obra de arte se hace transparente a lo divino y, comulgando con transcendelia, se convierte en expresión directa del Espríritu. [...]
Un artista es “bueno” en la medida en que puede desidentificarse del ego, transcender su yo separado y permitir que lo superconsciente fluya a su través y se exprese en la obra de arte.
Según Schopenhauer, todas las grandes obras de arte comparten un rasgo distintivo común, todas ellas tienen la capacidad de incitar al espectardor a salir de sí y a penetrar en la obra. El arte, en otras palabras, saca al espectador de sí mismo, lo instala fuera de la dualidad sujeto/objeto y lo transporta a la conciencia no dual o conciencia de unidad. Decía Schopenhauer que el gran arte suspende la división entre el yo y el otro, entre lo interno y lo externo y nos concude aunque sólo sea por un momento al reino de lo atemporal.
El próximo gran paso del arte occidental todavía está por darse. Y no será un paso hacie el cuerpo ni hacia la mente, sino un paso adelante hacia el alma y el espíritu. Hemos asistido ya al parto de la autoconciencia a partir de lo subconsciente, pero aún debemos presenciar el nacimiento de lo superconsciente. Esperamos la aparición de aquellos grandes símbolos artísticos “que pertenecen a los altares de la religión espiritual del futuro”.

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